Alethia Archilee

El día internacional de la mujer platicando con mi mejor amigo, me comentaba que le parecía interesante la cantidad de memes, frases y estados en las redes sociales que hacían alusión a esta conmemoración; coincidiendo con su observación, pude percatarme de la percepción que de las mujeres se tiene desde diversas perspectivas; a veces consideradas súper heroínas y cuasi santas, otras vistas como histéricas e imposibles de descifrar y en los casos más grotescos como objetos sexuales.

Es en este contexto que deseo realizar esta disertación con el objetivo de llegar a un acuerdo saludable de comunicación entre ambos géneros, aclarando en qué punto nos encontramos como sociedad y de qué manera podemos relacionarnos con mayor facilidad, para poder ser tratadas no como princesas, hechiceras o rameras [1], sino como personas[2].

La cuantía de acepciones resueltas por la Real Academia de la Lengua Española para la definición del ser mujer, van desde aspectos fisiológicos, hasta calificativos: de campo, de digo y hago, de su casa, fatal, objeto, pobre, buena, etc. [3]

Estas significaciones resultan confusas por su cantidad, así que simplificando los clichés y desde mí estructura mental, relato tres esquemas tradicionales: la mujer sexual, la mujer emocional y la mujer racional, pretendiendo posteriormente visualizar a una mujer integrada y reconceptualizar ese percibir denigrante de lo femenino, discerniendo estos tres enfoques:

“No es por vicio ni por fornicio sino para darte un hijo que esté a tu servicio” reza fervientemente Pedro antes de tener su primer encuentro sexual con Rosaura en el conocido filme Como Agua Para Chocolate. La sexualidad con fines meramente reproductivos impuesta por los dogmas religiosos ha sembrado desórdenes que afectan el desempeño sexual saludable en hombres y mujeres.

Dentro de estas confusiones la mujer fue segmentada por la vieja escuela en dos categorías: la virgen y la ramera.

Según esta vertiente la fémina virginal debía tener ciertas características en mayor o menor medida: pura, casta, sumisa, abnegada, obediente, educada, moderada, de preferencia perfectamente preparada para realizar las faenas del hogar con gracia y distinción y con facilidad para reprimir su sexualidad y convertirse a la larga más en madre que en pareja. La virgen en ningún momento debía dejarse dominar por la pasión carnal.

En cambio, la ramera tenía que ser sensual, desinhibida, también complaciente y siempre disponible, debía estar a la disposición del varón para satisfacer sus necesidades físicas y era vista como objeto, perdiendo su calidad de igual en la sociedad, por desempeñarse sexualmente sin miramientos. La ramera al dejarse llevar por su deseo físico era equiparada a un animal.

Desde estas posturas: la mujer virgen no debía tener amígdala, esa parte del cerebro encargada de regular los impulsos sexuales; y la mujer ramera solo contaba con esta partecita para subsistir. 

Emoción y feminidad han sido ubicadas como sinónimos a lo largo de la historia, en tiempos pasados debido a las condiciones culturales y la evolución social de ese entonces, se desarrollaron diversos clichés con respecto a las fortalezas y debilidades de ambos géneros, mientras la princesa sintiente se consideraba débil, el príncipe insensible era invulnerable.

La mujer podía expresar abiertamente sus emociones (llorar, entristecerse, alegrarse, etc.), sin embargo su opinión pensante era demeritada al considerársele un ser incapaz de tener un ejercicio cognitivo conveniente, al grado de tener que ser rescatada de torres y castillos embrujados por mujeres malvadas y quizá un poco más listas (y por ende peligrosas) para engañarlas. En conclusión se conjeturaba que solo era capaz de utilizar una parte de su cerebro conocida como el hipotálamo.

Obscuras, hechiceras, maquiavélicas y endemoniadas, al punto de merecer ser quemadas en la hoguera las mujeres pensantes fueron perseguidas y satanizadas durante milenios. Vistas como una amenaza en una cultura androcéntrica, han sido rechazadas por la sociedad desde tiempos inmemoriales por comunicar que utilizan auto-regulatoriamente su neocorteza cerebral, esa parte del cerebro que regula el pensamiento y que distingue a la humanidad de los animales. 

El encasillar a las féminas en clichés parcializa la percepción de su compleción, fomenta la discriminación y además merma la comunicación entre géneros. Por ello y en resarcimiento a la arbitrariedad de lo anterior me parece importante recalcar que la verdadera búsqueda de le equidad de géneros implica el NO denigrar ni a los hombres ni a las mujeres, respetando desde las diferencias fisiológicas hasta las preferencias de vida.

Considerar que las predilecciones están determinadas también por la educación y no solamente por las condiciones fisiológicas permite una apertura substancial del panorama. Un buen ejemplo del ejercicio del libre albedrio yace en el gusto que expresan algunas personas al dedicarse al cuidado del hogar y de los hijos, en contrapartida con quienes se regocijan al desempeñarse laboralmente. Incluso existen l@s osad@s que se atreven a lidiar con ambas facetas. 

Tomando en cuenta que el objetivo no es unificar el pensamiento en uno solo, sino lograr que todas y todos tengamos acceso a la libertad de elección en el actuar, es aquí donde llegamos al punto de repartir equitativamente la responsabilidad de la comunicación simplificándola con una actitud arroba @ (manera en la que me parece digerible definir la inclusión de géneros): es menester que tanto los hombres como las mujeres perseveren en el ejercicio de la comunicación asertiva y clara con respecto a los deseos y necesidades de cada un@ utilizando la empatía para tratar de entender al prójimo, considerando su idiosincrasia, orígenes y educación.

El concepto de mujer y la dedicación de un día en su honor, puede apreciarse siempre y cuando se prescinda (tal y como lo hace la actitud arroba), de todo calificativo que diferencie o estigmatice a las mujeres; por ello hay que:

Comunicarse con l@s otr@s, conscientes de las diferentes partes del cerebro[4] que intervienen en nuestras relaciones, comienza al reconocer nuestra inopia en los porqués del comportamiento[5] y sus interferencias en la interacción saludable entre los seres humanos.

Aún existe una multiplicidad de factores concomitantes en nuestra cultura que nos aquejan inexorablemente como la educación machista[6], el hembrismo[7], la alexitimia[8]. No obstante:

¡Como sociedad hemos evolucionado!  Existe un proceso emergente de cambio en las relaciones y acuerdos entre hombres y mujeres.

Un buen ejemplo es el que expone el reconocido psicoterapeuta Juan Carlos Juarez Zamarripa, quién alguna vez me explicó que hace 30 años era casi imposible ver en el supermercado a los varones y que hoy día es más frecuente que ellos coparticipen en actividades antes impensadas. Sin embargo, el progreso es lento y como él dice, somos hij@s de nuestro tiempo.

Por ello, hay que discernir en que ámbitos se puede tener impacto inmediato y en cuales hay que plantear estrategias más adecuadas. Por lo pronto, es importante aprender a reconocer en nosotr@s mism@s las pautas sociológicas de comportamiento de género a la hora de relacionarnos, sorteando el querer aplicarlas como reglas irrefutables, porque como dicen, cada cabeza es un mundo y detrás de cada actitud existe una historia sustentada desde el aspecto psicológico expresada en numerosos programas ancestrales anclados en el inconsciente en ambos géneros.

Podemos pugnar desde esta perspectiva por resignificar la presencia de la mujer en una sociedad equitativa y contribuir con nuestras acciones a una visión distinta.

Aún queda mucho por franquear para entender y comunicar la esencia de la mujer más allá de los esquemas inflexibles de las princesas, hechiceras o rameras, que niegan aspectos de su conjunto.

Por tanto es imprescindible dar paso a la reconsideración de una fémina integrada quién tiene dentro de sus recursos una estructura mental desarrollada, igual que la del varón, las mismas capacidades cognitivas y desde luego utiliza todo el cerebro, la amígdala, el hipotálamo y la neocorteza que trabajan vinculados, configurándose en un todo asertivo que define y articula claramente sus potencialidades.

La mujer integrada es un ser social que convive con la gente en todos los contextos y ámbitos de desarrollo.

La mujer integrada es un ser biológico en el mundo, integrada al espacio y al tiempo que le toca vivir.

Promover de las mujeres su cualidad de seres; inteligentes, sociales y ambientalistas que contribuyen con su energía a construir una mejor humanidad, eleva los niveles del bienestar propio y el de los otros.