…Todas mis flechas contienen la misma esencia, -me dijo Cupido, al reclamarle el haberme flechado-, el corazón de cada uno con sus respectivas programaciones, dolores y certezas, determinará lo que sucederá con ese amor.

Alethia Vela 

Alethia Archilee

"Duele el amor sin ti, duele hasta mojar"... dicen Ana Torroja y Alexs Syntek en uno de sus hits más pegajosos, Vicente Fernández jura que por su maldito amor quisiera reventarse hasta las venas y Gloria Trevi le pide al Señor que le arranque la vida en plena madrugada. Todos estos talentosos intérpretes y autores son una representativa muestra de lo que el amor significa en el subconsciente social. 

Aunque son cada vez más los literatos que nos invitan a buscar afectos más cordiales, una buena parte de los relatos en la actualidad mantienen la misma tónica definiendo la pasión de manera tormentosa.

Los mensajes directos y subliminales desplegados en las telenovelas y películas románticas refuerzan la creencia colectiva de que para poder sentir los placeres afectivos en el corazón, es necesario vivenciar el “amor verdadero” con dosis de sufrimiento para alcanzar un final feliz; así que hay que manifestar desaforadamente este sentimiento cuasi “omnipotente” bajo la premisa de que todo lo puede y todo lo soluciona. 

Debido al daño general creado por estos clichés me parece importante contrarrestar los dogmas bizarros desenmascarando el fenómeno conocido como codependencia.

La definición más asequible dada por Wikipedia dice que la codependencia es una condición psicológica en la cual alguien manifiesta una excesiva y a menudo inapropiada preocupación por las dificultades de alguien más o por un grupo de personas[1]. Complementando esta perspectiva, para mí la codependencia es un deseo infantil no resuelto, que inconscientemente enfoca a la persona a resolver necesidades y traumas del pasado, afectando su presente, repitiendo patrones de dolor de manera ininterrumpida y sin lograr el resultado deseado.

Desde pequeños se nos enseña que el universo está lleno de circunstancias, representaciones y escenarios opuestos, unos más fáciles de identificar que otros, por ejemplo; noche-día, sol-luna o blanco-negro.

En el amor, aunque también existen contrastes la ambivalencia es el común denominador, ya que la diferencia entre las emociones es tan sutil que sentimientos tan distantes y tan intensos como la alegría, el miedo o la ira pueden coexistir e intercalarse a tal velocidad que es algo complicado descifrarlas.

Las emociones en condiciones normales y en cualquier individuo, son detonadas en parte por la interacción con el entorno y otro tanto por los programas mentales y la educación. En el caso de la psique de la persona enamorada estas se ven acentuadas y algo fuera de foco, gracias al cóctel de dopamina y otras substancias que le producen al cuerpo las mismas sensaciones que la cocaína[2]  el resultado es un manojo de alteraciones psíquicas que en la mayoría de los casos pueden aturdir temporalmente hasta al más apto.

Sin embargo afirmar que el ser humano cuando se enamora pierde toda su eficacia cerebral y se vuelve incapaz de tomar decisiones razonables es igual de ilógico que aseverar que cuando se experimenta apetito sexual este no puede controlarse por ser un instinto animal.

La mayoría de las personas tienen la capacidad de autoregulación, gracias a ella se pueden seguir pautas sociales y reglas. Entre más saludables (emocionalmente hablando) son las personas, menos proclives son a verse influenciadas por los estereotipos psicosociales perniciosos y por la descarga de hormonas del enamoramiento. La contradicción a este recurso, arremete cuando se acarrean heridas emocionales del pasado, que actúan como detonadores de actitudes perjudiciales para las y los sujetos. 

Alguien que actúa de manera codependiente generalmente tiene un autoconcepto[3] desestructurado e indefinido, probablemente por no recibir mensajes claros y congruentes, durante la etapa más influenciable, sobre quién es él/ella y sobre su papel en relación a los demás, por lo que su interpretación con respecto al “sí mismo/a” tiende a confundirse[4].

Por ejemplo un hijo de una madre alcohólica: lo llamaremos Otilio, por momentos recibe caricias con afecto maternal y alguna buena comida.

En otros, le toca ir por ella a la cantina, o cuidarla de que no se lastime mientras está en estado de embriaguez. Otilio, vive en constante intermitencia, entre sus necesidades infantiles de amor y protección, y las exigencias de la enfermedad de su madre, convirtiéndose en un cuasi-adulto que creyó en repetidas ocasiones que había solucionado lo imposible, y había salvado a su madre de todos sus males, para darse cuenta a los cinco días, que el ciclo se repetía y había que empezar otra vez.

Otilio, al sentir al mismo tiempo dolor y amor, se vuelve codependiente, atrofia su capacidad de identificar la diferencia entre sus sensaciones y las divergencias entre sus necesidades de niño, de contención familiar y sus afectos por su madre, lo que lo invalida para reconocer, establecer y definir la necesidad de límites en las relaciones.

Existen muchas maneras de transformar la codependencia en amor saludable. Llegar a ello implica desarrollar la CONSCIENCIA de saber que existe una manera diferente de vivir.

La consciencia funciona como efecto palanca el cual como lo determina el pensamiento sistémico[5] sucede cuando un factor externo interfiere o deshabilita un bucle (un ciclo repetitivo). La persona adulta, al percatarse de un camino alternativo, puede buscar y elegir el suyo para su mejor proceder.

Por ello al conocer que existe el amor saludable, y que este tiene características básicas, se puede contrarrestar el “amor” codependiente que lastima permitiendo discernir con facilidad hasta qué punto es saludable permanecer en una relación y cuando es imprescindible retirarse.

El amor saludable se representa por ese sentimiento de gozo y plenitud interior, que parte del amor propio y que permite un intercambio recíproco y saludable en pareja y que se aleja de la codependencia.

Sin embargo, cada relación, saludable o codependiente, es una oportunidad de crecimiento y en parte un espejo de nuestra propia interioridad.

Para acercarse al amor real, el mejor camino es pulir la mente y el corazón para así emparejarse en salud y en armonía.