- Espejito espejito, ¿quién es la mujer más hermosa de todo el reino?

Preguntaba la malvada madrastra de Blanca Nieves mientras se contemplaba a si misma con miedo de no ser la más bella.

- Tú eres hermosa le respondió el espejo, pero Blanca Nieves lo es aún más.

La madrastra obnubilada por la envidia, decidió eliminar a la competencia de la faz de la tierra.

Alethia Archilee

Tener lo que el otro tiene es un sentimiento que data desde la primera infancia. Circunstancias como desear el juguete que el hermanito si posee o anhelar la calificación del compañerito más brillante es algo que todos en algún momento hemos experimentado.

Como cualquier reconcomio, esta sensación produce cierto malestar y mal procesada puede llegar a ser destructiva no solo para la persona objeto de la dentera, sino sobre todo para el sujeto que la abriga. La envidia es una emoción tan humana como el miedo, la alegría o la ira pero debido a la conceptualización que la ha acompañado históricamente tiende a ser mal vista y por ende negada, dificultando con ello la posibilidad de encausarla saludablemente.

Por ello en esta ocasión me gustaría departir la manera propicia de convertir la envidia en un deseo sano que te catapulte a una adecuada visualización de ti mism@ y de tus circunstancias para que, a través del poder de la gratitud y siendo consciente de tus posibilidades de cambio y éxito, te enfoques en tus cualidades y las desarrolles para poder conectar con la satisfacción personal. Además deseo que al desmenuzar como actúa, puedas protegerte si en algún momento eres envidiad@.

Existen muchas definiciones sobre lo que la envidia es, una buena descripción la da el Dr. Norberto Levy en su libro La Sabiduría de las Emociones, donde identifica a la envidia desde dos perspectivas: la que desea lo que el otro tiene y trabaja para ello (envidia constructiva) y la que además de ambicionar los bienes del prójimo ansía que este no los tenga (envidia destructiva).

La comunicóloga, pedagoga, psicoterapeuta y master en Recursos humanos Adriana Sánchez Salazar me ha explicado que para poder diferenciar la envidia positiva de la negativa es mucho más fácil si a la primera le llamamos deseo.

Partiendo de lo anterior, me atrevo entonces a definir el deseo como una condición normal, lógica y saludable, donde existe el anhelo de poseer los bienes y recursos que nos acerquen a la felicidad y a diferencia de la rivalidad, en ningún momento quiere arruinar el bienestar del otro, solamente tomarlo como punto de referencia para poder delimitar que es lo que queremos lograr para autorealizarnos.

La envidia sucede cuando el deseo se convierte en una desesperada necesidad que al no verse resuelta se distorsiona hacia la frustración, produciendo una sensación displacentera que puede volverse imprudente y si se le permite crecer, hasta destruir.

O bien, ¿qué tiene ella que no tenga yo?, o ¿por qué a él si le va bien en el trabajo y a mí me va mal?. La envidia parte de una distorsión cognitiva [1] e infantiloide sobre el mundo perfecto del otro mezclada con la falta del reconocimiento de los recursos o potenciales necesarios en nosotros mismos para poder obtener lo mismo que aquella persona si consiguió.

De tal visión infantil se desarrolla un mecanismo compensatorio para el sentimiento de inferioridad resultado de observar el éxito ajeno desde la ilusión de la perfecta felicidad. Este mecanismo intenta disminuir los logros del “contrincante” para minimizar el golpe al ego de la siguiente manera:

Tal vez sí tiene la mejor casa, pero su relación de pareja se encuentra en una etapa vulnerable, o si le dieron el ascenso pero seguro es porque se acostó con el jefe. O tiene una buena racha pero eso no le quita lo desagradable y lo fe@.

Intentar minimizar el éxito de la persona envidiada solo logra apaciguar temporalmente la emoción, la cual al ser alimentada desde el menosprecio de los esfuerzos del otro despertará en cualquier momento como agresión destructiva que puede presentarse desde comentarios soeces hasta el buscar el talón de Aquiles de la competencia para sabotear su felicidad.

La frustración inconsciente es la sensación que alimenta a la envidia y es un semáforo en amarillo que indica el disgusto interior, por tal razón aceptar libremente y sin tapujos que existe insatisfacción es la mejor manera de encaminarse a transformar el malestar.

Reconocer que nos sentimos frustrados cuando obtenemos resultados diferentes a los que esperábamos o cuando nos encontramos con circunstancias adversas o poco satisfactorias es lo que hace la diferencia, a esta capacidad se le conoce como el umbral de tolerancia a la frustración[4].

Procurar desarrollarlo te hará cada vez más fácil encontrar las herramientas para lidiar con las situaciones poco favorables y confrontarlas.

Que el otro tenga lo que yo no, puede verse desde una perspectiva madura y positiva, en primer lugar porque el solo hecho de que alguien ya lo haya logrado me indica que hay manera de llegar y entonces puedo determinar qué hizo esa persona para obtenerlo y que de su camino me sirve para poder acceder como él (ella) a los beneficios que goza.

Seguramente ya lo sabes, pero no está demás esclarecer que los triunfadores también han tenido que enfrentar su propia sombra, ya que absolutamente nadie estamos exentos de los embates que acompañan nuestra humanidad. Todos y cada uno tenemos recursos que utilizar y potenciales que despiertan a través del trabajo interno y el aprendizaje inherente a las circunstancias adversas.

Entender que cada persona tiene lo que sus pensamientos, trabajo continuo y autoconfianza le permiten crear, es quizá uno de los puntos más complicados de digerir, porque esto implica una gran carga de responsabilidad que evita culpar a los demás del propio sentimiento de fracaso.

Gracias es una de las primeras palabras que aprendemos, empero el concepto de la gratitud va mucho más allá de la simple cortesía. Dar las gracias por las bendiciones actuales predispone a la mente a abrirse a una mayor abundancia.

Si no localizas nada por lo que agradecer porque te encuentras en el peor de los estados emocionales, no te preocupes no tienes que buscar más, con sentir gratitud por respirar basta para empezar, estoy segura que tienes al menos eso porque si no, no podrías leer este artículo. 

Si agradeces durante al menos diez minutos diarios la respiración poco a poco encontrarás más motivos para sentir gratitud.

Cuando se es niñ@ soñar es natural, imaginar lo inverosímil es sumamente fácil. Entre más aumenta la edad, la imaginación es complementada por la experiencia que obliga a la mente a aterrizar y a reconocer la realidad personal y del entorno que ostenta virtudes y limitaciones.

Para lograr que estas dos partes trabajen en equipo y a tu favor, es necesario permitirle a tu infante interior imaginar, puesto que te ayudará a mantener la fe mientras que tu parte adulta se encarga de localizar y maniobrar los recursos que posees para convertir en una realidad asequible tus sueños.

Si inundas tu sistema con la esperanza de un niño y al mismo tiempo trabajas con constancia y disciplina, no habrá espacio en tu sistema mental para envidiar.

Decía Albert Einstein lo siguiente: Todos somos unos genios. Pero si juzgas a un pez por su habilidad de escalar un árbol, vivirá su vida entera creyendo que es estúpido.

Tienes cualidades, algunas tal vez las reconozcas y otras están latentes y esperando que las descubras y las desarrolles. El día que exaltes tu bombosidad[5]  y te des cuenta que lo que tú eres te hace único y especial, podrás también digerir tu potencial y estarás entonces haciendo tus sueños realidad.

Si descubrir lo bueno que hay en ti es difícil o hasta desconcertante, es probable que existan creencias arraigadas en tu psique y necesites ayuda profesional. Un buen terapeuta o psicólogo seguro te ayudará a reencontrarte con tu bombosidad.  Ser un bombón es tu decisión.

Ahora que ya sabes cómo funciona el proceso de la envidia y que tienes la manera de identificarla y contrarrestarla en ti, también podrás protegerte de quién no la sabe manejar. Para ello existen dos alternativas: dejar pasar o defenderse.

Dejar pasar es suficiente cuando la envidia se manifiesta en habladurías o chismes sin trascendencia que solo proyectan la realidad del emisor. Si aprendes a reconocer la envidia en ti seguro también podrás identificar cuando una aportación negativa se deriva de esta emoción, ya que como decía Sun tzu en El Arte de la Guerra, si te conoces a ti mismo te será más fácil conocer a tu enemigo y saber cómo actuar.

Por otro lado, a veces es necesario confrontar y desenmascarar la envidia, porque si logra tomar la suficiente fuerza puede poner en riesgo lo que te importa o incluso lastimarte y es ahí cuando desde el amor propio, es necesario atajar el acto envidioso.

Ambas actitudes es mucho más fácil ejecutarlas si lo haces desde la sensatez y la neutralidad. Además si acompañas tus acciones con la compasión, este sentimiento te permitirá regular hasta donde es suficiente tu intervención.

Cuando reconoces que tú construyes tu destino y que las decisiones que tomas te acercan o alejan de tus metas y que tu poder de cambio puede ir más allá de lo que las circunstancias te presenten, entonces ya no hay pretextos para envidiar y solo queda espacio para cimentar. 

Recuerda, la envidia es solo una emoción más y puede ser tu aliada o tu enemiga dependiendo del enfoque con el que la manejes.