Alethia Archilee

Supón que ves a un desconocido en la parte de un edificio lo suficientemente alto como para que cualquier cosa que caiga desde ahí, se parta en mil pedazos. Ese desconocido al que llamaremos Otilio está a punto de suicidarse, ha decidido que su vida no es lo suficientemente valiosa y grita que va a saltar. Tú observas desde la ventana y contemplas la posibilidad de detenerle.

Al analizar la situación te preguntas como hizo para caminar por la cornisa sin resbalar, mides el peligro y al voltear hacia abajo el vértigo y las náuseas te impiden cualquier acción. Para tu tranquilidad decides que solo es algún maniático y que lo más que puedes hacer es hablarle y tratar de convencerle de que no lo haga mientras esperas a los bomberos para que sean ellos quienes lo rescaten.

Ahora imagina que es un ser muy querido el que se encuentra en una situación similar. Seguramente ahí no pensarías en la cornisa escurridiza o si es demasiado alto, tu amor y compenetración con esa persona te harán caminar hacia a él o ella, con la esperanza de poder evitar la tragedia y rescatarle para no perderle.

Ver a alguien amado autodestruirse, es una de las situaciones más fuertes con las que cualquier ser humano pueda lidiar. Entre la impotencia y la desazón, el deseo de rescate surge del dolor experimentado ante la inminente lesión. Es por eso que en esta ocasión te hablaré sobre el respeto al derecho de autodestrucción de alguien que te importa, mostrándote las bondades de permitirle a esa persona elegir por si misma su camino de aprendizaje y las ventajas que esto conlleva para ti al liberarte de toda culpa.

Para ello primero hemos de diferenciar entre dos situaciones psicológicas: la víctima y el victimario.

Una víctima según la tercera definición de la Real Academia de la Lengua Española es una persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita. Desde esta perspectiva, el afectado se puede catalogar como víctima siempre y cuando circunstancias externas y fuera de su control le lastimen. Imagina que a Otilio, el suicida del ejemplo anterior se le cae un zapato al estar caminando por la cornisa; ese zapato rebota y abate a un cachorrito desmayándolo y obligando a su dueño a llevarlo al veterinario. En este caso el pobre perrito y su amo son víctimas de las circunstancias.

Ahora conjetura que el dueño del perrito al ver a su mascota con el parche en su cabeza se enoja lo suficiente como para regresar a buscar a Otilio con la intención de reprimirle por intentar suicidarse y lastimar a los demás al mismo tiempo. Al verle frente a frente, frustrado y con las emociones desbordadas por el gasto no previsto del veterinario y la rabia por el ramalazo provocado a su mascota, le planta tremendo puñetazo en el rostro. En ese momento el dueño del perro se ha convertido en victimario.

Todos en algún momento hemos atravesado situaciones lastimosas en donde hemos sido víctimas de las circunstancias. El problema de las personas que perpetúan su dolor y que no logran trascender las experiencias es que al victimizarse terminan convirtiéndose en victimarios.

Si el dueño del perrito hubiera tenido la madurez para entender que estaba en mal momento y en mal lugar, tal vez podría haber dejado pasar el accidente. En cambio decidió que su dolor le daba el “permiso” moral de lastimar a otro. 

Poder elegir como reaccionar a las circunstancias es parte del libre albedrio. Alguien que ha sido dañado o que ha carecido de los elementos esenciales para subsistir tiene dos caminos, perpetuar su sufrimiento y el de los demás a través del resentimiento, la transgresión y la venganza o bien optar por la resiliencia [1] que le permite edificarse con las herramientas desarrolladas al transmutar el daño.

Otilio también eligió y se convirtió en victimario de sí mismo, al no poder enfrentar sus padecimientos y darle cabida al caos, omitió su poder y dejó que las circunstancias lo arrastraran hacia la autodestrucción.

El amor malentendido sugiere que si amas a alguien tienes que hacer hasta lo  imposible para que esa persona esté bien, la codependencia (de la que hemos hablado en otros artículos[2]) invita al dependiente a ver por el bienestar de otros sin tomar en cuenta los riesgos que esto conlleva.

Desde el amor propio puedes delimitar hasta donde te incumbe intervenir y en qué momento tu mediación es incompetente.

Tal vez se juegue todo su salario en la ruleta y consuma tanto alcohol y drogas como para tirar a una res o quizá se envuelva constantemente en relaciones pasivo-agresivas con tendencias al maltrato físico. Pero desde su perspectiva todo pinta de maravilla: disfruta las sensaciones y la adrenalina al tratar de adivinar donde caerá la pelotita, le encantan los viajes al mundo de los elefantes rosas y los unicornios bailarines y desea creer que el amor que vive es real y sincero.

Para entender al individuo inconsciente podemos equipararlo con un piloto que maneja por la noche un vehículo a toda velocidad con los auriculares puestos y sin percatarse que los faroles están apagados, los otros conductores podrán gritarle lo más fuerte que puedan, incluso tocarán el claxon y le harán señas para que prenda sus focos no obstante, el propio dirigente tendrá que darse cuenta de la oscuridad para encender las luces y evitar estrellarse.

Cuando una persona decide no ver la realidad, no habrá poder humano que le haga cambiar de opinión. Intentar confrontar a alguien que no desea ser confrontado, es como querer darle de comer al que no tiene hambre.

Desgastarte tratando de rescatar al sujeto de tu afecto, quién sí sabe que se está hundiendo, pero que no tiene la mínima intención de cambiar el destino que eligió, es una verdadera pérdida de tiempo y energía mal gastada que bien podrías utilizar en labores más redituables.

Tal vez tu ayuda esté siendo solicitada y valorada, empero si tu integridad emocional, física y/o económica se ven comprometidas por el tremendo lío en el que tu ser amado se metió, es tu derecho vital el cubrirte y proteger a los tuyos de la manera más saludable y con todos los recursos necesarios para evitar las esquirlas que inevitablemente prorrumpirán del desbarajuste provocado por el victimario.

Hay quienes tienen la capacidad de aprender desde el amor, sin embargo hay quienes a través del caos se descubren a sí mismos. Permitirle ya sea a tu hijo adulto, tu pareja o tu amig@ vivir con las consecuencias de sus actos, es la mejor manera de decirle TE AMO porque le estás reconociendo capaz y autosuficiente para solucionar su vida, además estás respetando su autonomía y sobre todo te estás respetando a ti mismo al no asignarte cargas que no te corresponden. 

Una querida amiga me explicaba tomando como ejemplo a las mariposas porque es importante dejar a las personas vivir lo que elijan.

Si abres un capullo –me decía- antes de que la mariposa lo rompa y le ahorras el trabajo de salir, esta no se fortalecerá como le corresponde y al tener el cuerpo debilitado no podrá volar. Lo mismo pasa con los seres humanos, a veces necesitan de situaciones complicadas para descubrir sus fortalezas y despertar.

Me gustaría decirte que al tomar la decisión de autoprotegerte todo se arreglará y el malestar desaparecerá.

Lamentablemente esto no va a suceder, el dolor seguirá ahí pero al menos no se convertirá en sufrimiento y a través del entendimiento podrás aceptar los resultados cualesquiera que estos sean.

Además el disgusto con el tiempo disminuirá lo suficiente como para poder seguir caminando y en algún momento al voltear hacia atrás, poder valorar que al final independientemente de las circunstancias, desde el amor te protegiste y respetaste la libertad de elección de tu ser amado.