De pequeña le gustaba bailar, girar y girar al ritmo de sus propios sueños, quería ser bailarina, cantante o cualquier cosa que la hiciera feliz porque en ese momento no tenía limitaciones, tal vez ser piloto aviador, una gran matemática, un hada con polvos de colores o salvar el mundo...

Todo era posible, la ventaja de ser pequeña es que la realidad y la fantasía están separadas por una línea tan delgada que prácticamente se vuelve inexistente, hasta ese momento nadie la había condicionado a amansarse con alguna sentencia asociada al hecho de ser mujer.

Empero con el tiempo las instrucciones de vida se tornaron más claras y todo el ambiente le perfeccionaba con un objetivo primario:

- Te casarás, tendrás hijos y un marido próspero que te mantenga, serás feliz cuando eso suceda no antes, porque las mujeres son solo la mitad de algo y se convierten en un alguien cuando ese apuesto príncipe aparece. Para lograrlo, solo tienes que ser como una linda princesita y comportarte: cerrar las piernas, comer con la boca cerrada, decir lo correcto, acicalarte y resaltar tus atributos adecuadamente. 

Ser vista y deseada para poder subsistir es tu prioridad porque solo hay un objetivo: que un “él” te acompañe, te cuide y te sostenga para vivir felices por siempre.

Y así esa pequeña antes soñadora se fue difuminando, al igual que la pintura en las paredes se va carcomiendo con la intemperie y el paso del tiempo.

Las ganas de volar muy alto, de salvar el mundo o de simplemente ser cuando la domesticación le hizo efecto, también se esfumaron.

Ella en su inocencia y por amor al sistema, acepto convertirse en una media naranja.

Le gustaba oler las flores, encontraba felicidad en cosas tan sencillas como aguantar la respiración debajo del agua o en observar los árboles crecer, la lluvia y el viento le causaban cosquillas y cuando se asustaba lloraba.

Pero los hombres no lloran, no huelen las flores ni hacen esas cosas de mujeres.

- Cuando crezcas tendrás que mantener una familia, obtener el mayor número de logros posibles, si son económicos que mejor, tendrás que ser admirado y deseado por muchas y aunque tendrás solo una esperándote deberás ir de mujer en mujer (te guste o no) para poder revelarte como varón.

- Tus atributos físicos convendrán declarar cualidades masculinas perfectamente desarrolladas, para poder demostrar tu fuerza y poder.

También a él lo condicionaron, la capacidad para contemplar el mundo y para expresar su sentir fueron sustituidas por todos esos “debes de” y así el hombre sintiente desapareció.

Él en su inocencia y por amor al sistema, también aceptó partirse a la mitad.

Obedientes y leales como todos los seres humanos amorosos que desean pertenecer, él y ella se encontraron para cumplir con los deberes de su género, ella siempre dispuesta a complacer y a servir tal y como marca la tradición, él listo para proveer y dirigir tal y como es obligación.

Se complementaron porque juntos encontraron esa parte que les fue arrebatada, ella por fin se sentía fuerte y protegida, él podía medio sentir a través de ella y eso era como un néctar curativo para el dolor de no ser completos.

Pero, así como nadie sacia su hambre cuando ve a otro comer, tampoco sirve de mucho encontrar fuerza o sensibilidad en el exterior.

Con el tiempo y la convivencia cada vez les costaba más rodar juntos por más esfuerzos que hacían y aunque ambos eran naranjas, no embonaban. Ella seguía sin sentirse fuerte y exigía cada vez más protección, la sensibilidad de él tampoco reaparecía y entonces la violencia empezó a ocupar el lugar del amor.

Por eso ella en su confusión empezó a enfocarse en los hijos, se olvidó de esa parte que antes tanto saboreaba y dejó de disfrutar el contacto sexual, al fin y al cabo tenía el sustento y aunque a veces no era abundante, le alcanzaba para sobrevivir.

Él por su parte necesitaba desesperadamente sentir y se lo procuraba con eso que le habían indicado era su más preciado recurso: su virilidad, la cual repartía en cuanta fémina se lo permitía distrayéndose así de su dolor, a veces no volvía a casa.

Poco a poco la distancia era más grande, ella ya ni siquiera lo miraba no había un “buenos días” o el más mínimo interés por ese ser que antes era su todo. Él no podía evitar el alcohol, al principio eran unas copas, con el tiempo eran botellas enteras y noches sinfín.

Ya solo se daban las espaldas, no quedaba nada.

De todas formas seguían juntos porque alguien les había dicho que eso era lo correcto cuando encontrabas a tu media naranja.

Un día de esos donde parece que la magia existe ella se vio al espejo: habían pasado 25 años, estaba rozando los 40’s y se encontraba más infeliz que nunca, había sido una mamá muy joven y ya sus hijos habían partido de casa.

Mientras se preguntaba porque sentía que no le quedaba nada, la televisión (o su ángel de la guarda haciendo de la suyas) le mostró uno de esos reportajes de relleno sobre que las mujeres piloto ya eran una realidad, un dejo de conciencia combinado con un déjà vu le hizo recordar, ella quería volar.

Dispuesta a convertir su sueño en realidad tomó la tarjeta de crédito adicional con la que compartía las deudas maritales y se aventuró al aeropuerto de su ciudad para comprar un pasaje que la llevara lo más lejos posible de la soledad.

Mientras buscaba las llaves del automóvil que habían adquirido antes de que el alcohol se consumiera el patrimonio familiar y los sumiera en una nube de desencanto, se topó con el periódico que antes a él le encantaba leer. Solicitaban personal femenino en el aeropuerto para preparar los alimentos de los transeúntes.

Sin pensarlo mucho arrancó el automóvil y llegando se hizo contratar, tenía tantos deseos de salir y estaba tan dispuesta que al encargado del reclutamiento del personal de cocina no le quedó de otra que decir sí de inmediato.

Al principio eran pequeñas decisiones, decir no, tener un trabajo, expresar su punto de vista, ella estaba aprendiendo a realmente vivir.

Como todos los fines de semana el llegó alcoholizado, con las mejillas enrojecidas y el estómago ardiendo, estaba preparado para exigir sus derechos en esa casa que con tanto esfuerzo había construido, al encontrar sus llaves en el bolsillo e introducirlas a la chapa, notó que por alguna razón no funcionaban.

Tardó algunos minutos en entender que éstas habían sido cambiadas y que estaba una cerradura de más que también detenía su incursión.

No es necesario ahondar en el complicado proceso de separación, solo les diré que lo perdieron todo, en el pleito legal y los encontronazos desaforados ambos quedaron deshechos.

Sin embargo, no hay un solo mal que no sea acompañado de una gran enseñanza.

Ella aprendió a volar de manera distinta, retomando su sueño de ser piloto aviador combinado con sus capacidades culinarias y el aprendizaje obtenido en el tiempo que permaneció en el restaurante, empezó a vender esas simpáticas galletas de avioncito que en algún momento hacían sonreír a sus hijos y que ahora le conformaban una fuente de ingreso.

Poco a poco su negocio creció hasta convertirse en una pastelería que la hacía muy feliz.

A él por su parte el corazón se le partió en pedazos cuando ella lo abandonó: primero lo invadió el dolor más intenso que cualquier ser humano puede experimentar al perderlo todo y aunque trataba de esconderlo con la ingesta etílica, ya ni esto lograba acallar sus emociones.

Un día su cuerpo entró en un estado crítico, de esos donde la vida pende de un hilo y hace repasar cada instante vivido hasta ese momento.

Al borde de la muerte él decidió que quería vivir y así medio inerte se levantó de su cama, tomó una flor que adornaba la habitación e hizo eso que tanto amaba cuando niño: la olió profundamente, observó sus pétalos y disfrutó contarlos, el olor dulzón era tan penetrante que al ingresar en sus pulmones empujó las lagrimas que por años había contenido.

Lloró y se encontró con aquella parte sensible que le habían arrebatado, volvió a ser libre.

Pasó el tiempo y un azaroso día se volvieron a topar, ella había encontrado la fuerza para salir adelante por si misma y él había vuelto a sentir, ya no eran los mismos y ya no se odiaban, lo supieron cuando se miraron a los ojos y cada uno a su manera, desde lo más profundo de su ser le agradeció al otro las circunstancias para poder convertirse cada quién en una naranja completa.

Todos somos seres completos porque la fuerza y sensibilidad ya habita en cada unx de nosotrxs.

Para poder acceder a estas dos energías, la masculina y la femenina solo necesitamos de la conciencia y del trabajo interior para redescubrirlas y armonizarlas.

Una vez que lo logramos entonces sí, la felicidad se vuelve un para siempre.