Hace algunos ayeres un amigo me comentaba que el feminismo lo volvía literalmente loco ¿qué esperan las mujeres ahora? ¿son feministas o feminazis? O sea, ¿eso con qué se come?

Y es desde estos simpáticos cuestionamientos que quiero apreciable lectxr(a), realizar una reflexión por el día internacional de la mujer a partir de su inminente liberación y la disipación de los roles preestablecidos.

Vale aclarar como antecedente conceptual, que la intención primaria del feminismo no tiene como propósito el sometimiento de los varones o su exterminio, es más bien una corriente social que busca el fortalecimiento de las mujeres a través del reconocimiento del derecho que tenemos a ser consideradas como iguales en dignidad y respetando las diferencias. 

En los últimos siglos en el modelo utópico tradicional de formación familiar, los hombres eran los proveedores activos que solventaban las necesidades de la familia y las mujeres eran responsables del cuidado de la prole y de las tareas domésticas. Las reglas estaban implícitas en la convivencia.

Con la revolución industrial ellas incursionaron en las actividades económicas, los roles se volvieron obsoletos. Hoy la sociedad incluye a familias monoparentales, solterxs incansables, divorciadxs, comunidad LGBT, etc. Todas estas nuevas formaciones sociales han permitido generar perspectivas diferentes que nos acercan cada vez más a la libertad de ser.

Empero como cualquier fenómeno social, la emancipación femenina viene acompañada de una serie de desafíos que generan incomodidad en quienes prefieren vivir en su zona de confort, añorando el pasado y con miedo a un futuro equitativo en donde las mujeres también gocen de poder. 

La palabra poder viene del latín posere y este de posse, potis y este de una raíz indoeuropea poti (amo, dueño, esposo) [1]. El poder es para muchos un concepto de difícil digestión debido a la forma en que se ha utilizado en la cultura patriarcal.

El modelo icónico del hombre es un individuo que amenaza y no tiene miedo, distanciado emocionalmente hace uso de su fuerza física, mental y/o económica, doblegando a quién se le oponga en pro de la subsistencia de su imagen.

Si el mismo esquema se sobrepone ante una mujer dominante, la amenaza causa las mismas sensaciones de vulnerabilidad y de desprotección.

La Real Academia de la Lengua Española tiene varias acepciones con respecto a lo que significa poseer el poder[1]:

1. Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo.

2. Tener facilidad, tiempo o lugar de hacer algo.

3. Tener más fuerza que alguien, vencerlo luchando cuerpo a cuerpo.

Con estas acepciones que definen al poder, podemos resumirlo como una forma de reconocimiento de la energía que se posee para realizar algo y no como se ha usado sometiendo a un tercero.

En ese sentido, una mujer empoderada es aquella que, reconoce su potencial generando los recursos necesarios para proveerse a sí misma y a sus dependientes.  Sin embargo, en la realidad y como ésta se aplica distorsiona la conceptuación antes expuesta.

Ataviada con traje sastre, hablando de negocios, emocionalmente distante y dispuesta a conquistar el mundo, el arquetipo expuesto de la mujer empoderada en los medios de comunicación está descontextualizada porque se aleja de su realidad.

A la mayoría de las mujeres que trabajan se les puede ver levantándose a deshoras para atender a su familia, encargándose de un trabajo mal remunerado y aplicando horas extra en las labores del hogar, con desconocimiento de sus derechos humanos para no ser sobrexplotadas, conllevando un amor mal entendido  que las desgasta.

El síndrome de la mujer maravilla es relativamente conocido y es aquél en donde la mujer es perfecta en todo sentido: una madre afanosa y atenta a sus crías, trabajadora incansable y exitosa económicamente, pareja fiel y activa sexualmente, impulsora asidua de su comunidad, exquisita ama de casa etc.

Bonito es sentirse superpoderosa, sin embargo, la sombra que acompaña esta percepción recae sobre el estado de ánimo y la salud del “sostén del hogar”.

Mujeres enojadas, fastidiadas de la vida, que gritan de dolor cuando sus necesidades no son atendidas y que además se les sigue tildando de histéricas por tener la fuerza de decir ¡NO PUEDO MÁS! 

Algunas corrientes como la neurolingüística mencionan que la palabra “NO” en el cerebro no se registra, por los años de adiestramiento en la complacencia e incluso se propone omitirla del vocabulario.

Para su eficacia, se requiere acompañar la palabra con el acto afirmativo de negación, a fin de que el cerebro asocie el NO con la capacidad de decidir entre dos opciones, llegando a la automaticidad de la respuesta.

Aún así hay que sortear algunas emociones como la culpa que genera el haber sido educadas como niñas buenas.

A la mayoría de las personas se nos han inculcado los valores universales como una forma de comportamiento adecuada para la convivencia social saludable.

Procurar a los otros, considerar sus necesidades y ver por los demás, escuchar apaciblemente, comportarse de acuerdo con las normas preestablecidas etc., Para las mujeres la opción  es una obligación asociada a su género.

Sentencias como “calladita te ves más bonita”, “las niñas buenas no se enojan” o bien “atiende a tus hermanos solo porque son hombres”, son grafías que van moldeando el cerebro para adaptarse al rol social que se exige.

La sensación de pertenencia, protección, aceptación familiar y social resulta tan agradable que genera el que las mujeres no cavilen estos condicionamientos; después de todo en una cultura interdependiente, es normal el querer formar parte de la comunidad para la supervivencia y todo lo que ello implica.

No obstante, los beneficios que a corto plazo genera el complacer a todos indiscriminadamente, a largo plazo ocasiona padecimientos corporales, enfermedades y depresión, un precio muy alto por decir “sí”, desde el miedo y que puede ser modificado a partir del feminismo. 

En mi observación empírica y como hija de una feminista de “hueso colorado” como ella misma se define, he podido observar que el camino del empoderamiento pasa por diversas etapas, explicarlas puede contribuir a generar un mayor entendimiento de las interacciones humanas.

Las etapas que describo suman a mis observaciones, entre otros elementos lo aprendido en el diplomado que, sobre reconstrucción del tejido social, actualmente curso.

En el módulo de derechos humanos y violencia impartido por la directora en Guanajuato del Centro de Derechos Humanos, Victoria Diez, Ángeles López García, se hizo énfasis en que la lucha por los derechos humanos y el respeto a estos, nace del sufrimiento y de la indignación que provoca, el haber sido víctima de la violencia. Dicha indignación, se transforma en la fuerza necesaria para generar cambios y evitar que los tormentos se repitan. 

Con base en lo anterior, considero que una feminista se forja a partir del vivir u observar el dolor de la inequidad, y atraviesa por las siguientes etapas:  

Así que respondiendo a mi amigo en cuanto a que esperamos las feministas, que es eso y con que se come a partir del análisis anterior quiero compartir algunas claves que inviten a la reflexión y a la conciliación.

Las mismas surgen de mis sesiones como coaching emocional, de los cursos y de las pláticas femeninas y feministas vivenciadas, extrayendo algunos conceptos, pensamientos, expresiones y acciones del proceso evolutivo del feminismo actual.

Y DESDE LUEGO EJERCER NUESTROS DERECHOS HUMANOS Y ALCANZAR MEJORES NIVELES DE CALIDAD DE VIDA Y BIENESTAR SOCIAL, EN EL MARCO CONMEMORATIVO DEL DÍA INTERNACIONAL DE LA LUCHA HISTÓRICA EMPRENDIDA POR LAS MUJERES PARA EXISTIR COMO IGUALES.