Por: Alethia Archilee
Al día siguiente de que el cazador le abriera el vientre al lobo para rescatar a su abuelita, Caperucita Roja decidió que nunca más iba a caer en las garras de ningún animal, por más felpudo que fuera.
Ya no se dejaría embaucar después de tremendo susto, así que a partir de ese momento dejó de lado su afición por la recolección de flores silvestres y se concentró en su entrenamiento como cazadora, porque sabía que el benevolente hombre que valientemente la había rescatado de tremendo problema, no iba a estar ahí siempre para protegerla.
Decidió inscribirse en la mejor escuela de cazadores donde solo asistían los más aptos. Gracias a su talento e intención protectora, pronto se convirtió en una de las mejores estudiantes, entendió el arte de la guerra y las estrategias de ataque, aprendió a utilizar todo tipo de armas de diferentes calibres para asestar en el blanco y practicó durante miles de horas hasta afinar totalmente su puntería.
Qué tranquila y segura se sentía con sus defensas; estudió con ahínco y llegó a un punto en el que estaba preparada para identificar casi todo tipo de especies: había clasificado desde los que les gustaba cazar a sus presas a plena luz del día, hasta a los que usaban piel de oveja para atrapar a sus víctimas.
Caperucita Roja, preocupada por la integridad de la comunidad, se dedicó a preparar las mejores trampas y señuelos para desactivar las amenazas. Pero más allá de lo que pensaba que podía ayudar a otros, en realidad no quería correr el riesgo de volver a sentir el dolor tan profundo que experimentó al ser presa de los afilados dientes del lobo que la lastimó.
Así que ahora cada que se encontraba un cuadrúpedo abordándola, ya ni siquiera preguntaba para qué eran esas orejas tan grandes; daba por sentado que eran utilizadas para escuchar sus debilidades y poderla atacar.
Cuando observaba unos ojos enormes, ya no quería conocer el alma que ellos reflejaban. En el pasado cuando aún era inocente, adoraba observar a los animalitos del bosque en sus paseos matutinos. Pero de eso no quedaba prácticamente nada y sólo procuraba encontrar algún indicio en sus experiencias que le indicara que era hora de disparar.
- La boca tan grande seguro no es para comer hamburguesas -se decía a sí misma antes de apretar el gatillo.
La comunidad estaba agradecida porque Caperucita los había liberado de tantas molestias. Las ovejas ya no desaparecían como antes y las abuelitas podían caminar por las calles seguras y contentas. Nuestra arrojada heroína, había encontrado un propósito de vida y una satisfacción muy grande: poder protegerse a sí misma y a los demás con todo lo que había aprendido en la escuela de cazadores.
Un día en una de las guardias que le tocaba cubrir para proteger a las personas de los lobos, se encontró con una especie extraña. También era peludo, tenía orejas puntiagudas y un rostro con unos ojos tan expresivos que no pudo evitar por un momento querer de nuevo mirar el alma.
Caperucita no pudo contener su curiosidad y se acercó al animalito quien en vez enseñarle los dientes para amenazarla, le sonrió. Su fe y aquel recuerdo de los tiempos antes de los ataques de la bestia le hizo guardar las armas temporalmente.
Todos los días se lo encontraba en algún punto de su recorrido y disfrutaba del tiempo que pasaba a su lado. Al parecer tenía un nuevo amigo ¿Para qué tienes esas manos tan grandes?, le preguntó al lobo mientras lo observaba sigilosamente. Para dar en abundancia -le contestó.
Poco a poco empezaba a creer que quizá los lobos no fueran tan malos como su experiencia previa le indicaba. Pero el temor a volver a ser embaucada fue más fuerte.
Había confiado demasiado y debía protegerse, tantas horas de entrenamiento y lo aprendido en el camino no podía estar equivocado, era preponderante exterminar al lobo antes de que la masticara.
Pero su compañía le gustaba demasiado como para alejarse. Era en verdad entretenido poder recorrer de nuevo el bosque sin preocuparse de proteger a nadie. Además, al lobo le encantaba llevarle helados de sabores y platicar sobre lo importante de la vida; al fin había encontrado a alguien con quién compartir sus intereses con total afinidad.
En la comunidad no fue bien visto que una cazadora compartiera su tiempo con alguien que era considerado como una amenaza.
- Hay que exterminarlos y no llevarlos a tu casa, le recordó una amazona a lo lejos.
Pero no podemos culpar a las voces del exterior, porque fueron sus demonios internos los que finalmente le dispararon.
Un día de luna llena, de esas que suceden pocas veces al año, despertó con el miedo ancestral que había enterrado muy profundo hace algún tiempo. Al parecer la luna tiene la costumbre de provocar mareas altas para limpiar el océano y el agua del cuerpo también responde a su llamado. Así que, alocada por las emociones, embravecida y embutida con sus propios miedos, preparó el arma más precisa.
No podía fallar, después de todo llevaba años cazando lobos y sabía exactamente qué balas utilizar para aniquilar cualquier expresión de vida en el enemigo.
Con la escopeta recargada y apuntando a las zonas letales, le disparó. No obstante, el lobo tenía un instinto de supervivencia muy desarrollado, así que se movió rápidamente y apenas le rozaron los cabellos. Al haber sido atacado, y quedando desconcertado por obvias razones, emprendió sabiamente la retirada.
Instantes después de disparar aún con la pólvora en las manos y al ver que él no había hecho nada para defenderse porque no era culpable del instinto confundido de ella, Caperucita sintió un vuelco en la consciencia que la dejó atónita.
Llena de culpa y autorreproche por haberle tirado sin un dejo de piedad, corrió rápidamente a la cabaña de su abuela y se miró en el espejo cuestionándose qué había hecho. Mientras se observaba, el reflejo de la luna afectuosamente iluminó los aspectos que había construido de sí misma con el miedo.
Notó que, aunque no tenía garras ni colmillos, había utilizado sus armas humanas para aniquilar a una criatura inocente que sólo estaba tratando de acompañarla y hacerle la vida más alegre.
Al pasar los días después de la luna de nieve, con la cabeza fría y las emociones de nuevo en órbita, recordó algo que había aprendido hace mucho tiempo: todos podemos convertirnos en victimarios si no procesamos las heridas y nos sentimos víctimas de la vida; si no perdonamos y trascendemos las experiencias dolorosas podemos lastimar a quienes menos se lo merecen.
Volteando hacia la luna, expresó su deseo más profundo de perdonar y perdonarse para poder ser libre otra vez y le dio las gracias a esta energía sanadora y a su amigo bueno por haber estado ahí para poder despertar lo que necesitaba ser curado. Aunque sabía que quizá nunca lo volvería a ver, decidió darle a su propia historia un final feliz, recordando la experiencia como sigue:
Hace mucho tiempo un lobo sanguinario intentó devorarla y gracias a la amorosa protección del destino, salió bien librada y se convirtió en quien ahora es.
Pero esa no es toda la historia porque en el camino conoció a un lobo bueno de manos grandes, quien le enseñó que en el mundo existen también quienes están dispuestos a dar lo mejor de sí mismos y a otorgar el trato amoroso que todos necesitamos recibir.
Hoy Caperucita sigue montando guardia por las noches porque aún sigue tratando de salvaguardar a la comunidad de los lobos come viejitas. Como ella dice, algunos están al acecho y es importante estar alerta. Sólo que ahora ya no dispara a diestra y siniestra, se da el tiempo de observar quién habita debajo de cada piel.
Además, sabiendo el efecto que tiene en ella la luna llena, en los días que ésta hace su aparición, guarda las armas, respira profundo y deja su ímpetu de guerrera solamente como un recurso autoprotector y no como una fuente de destrucción del amor.
Y mientras nuestra encapotada hace lo que le corresponde para construir un mundo mejor, aún mira al horizonte con la esperanza de volver a ver al lobo bueno que tanto le enseñó, para agradecerle la enseñanza y pedirle que por favor no le guarde rencor.
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